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EL volumen ahora en manos del lector requiere unas pocas palabras de explicación preliminar. Es en parte histórico y en parte biográfico. Se trata de hechos y hombres.

Bajo el encabezamiento histórico, el lector encontrará algunos relatos de los tres eventos más notables en la historia de la Iglesia Reformada de Inglaterra. El primero de estos acontecimientos es el feroz intento que hizo la Reina María, de triste memoria, de destruir la obra de Reforma religiosa que se había iniciado en el reinado de Eduardo VI.

El segundo evento es el esfuerzo ciego y abortado del arzobispo Laud para desprotestanizar a la Iglesia de Inglaterra, lo que resultó en su propia ejecución, y casi arruinó la Iglesia y la monarquía para siempre. El tercer evento es el audaz ataque al protestantismo inglés, que fue hecho por James II, cuando procesó a los Siete Obispos, y, bajo el engañoso nombre de tolerancia, trató de restablecer el poder del Obispo de Roma en esta tierra. Estos tres eventos deberían ser familiares para todos los ingleses. En los artículos segundo, décimo y último de este volumen he tratado de proporcionar alguna información resumida sobre ellos. Vivimos en una época en la que no se pueden conocer demasiado bien y por tanto deben mantenerse continuamente ante la vista del público.

     Bajo el encabezamiento biográfico, el lector encontrará en este volumen algunos relatos de las vidas y opiniones de once hombres notables. A la cabeza de los once he colocado a John Wycliffe, el lucero de la mañana de la Reforma. Vivió antes de la invención de la imprenta y, en consecuencia, es mucho menos conocido de lo que debería ser, y creo que la cristiandad inglesa tiene con él una gran deuda que nunca ha sido totalmente pagada. Entre los once he colocado al arzobispo Laud. Es un hombre que hizo un daño tan indeleble a la Iglesia de Inglaterra y, sin embargo, es tan sobrevalorado e incomprendido en general, que he sentido que es un claro deber presentarlo ante mis lectores en sus verdaderos colores. Creo que las heridas que infligió a nuestra Iglesia nunca sanarán. De los nueve restantes, seis eran reformadores, que fueron quemados vivos en los días de la reina María, porque no abjuraron de sus principios protestantes y no creían en el sacrificio de la Misa. Tres de los nueve eran teólogos puritanos, que vivieron en el siglo XVII y dejaron una profunda huella en su época y generación. Una observación común se aplica tanto a los reformadores como a los puritanos. Son mucho menos conocidos y entendidos en estos últimos tiempos de lo que deberían ser.

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¡Gracia y Paz del Señor!
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