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Introducción. ¿Quién podrá tratar estos misterios como ellos son?

Estoy pensando en las palabras del Apóstol que acabamos de escuchar, que el hombre animal no comprende lo que es del Espíritu de Dios; y al darme cuenta de que en el presente auditorio de Vuestra Caridad inevitablemente habrá muchos que están a este nivel, y que sólo gustan las cosas en sentido carnal, sin poderse levantar todavía hasta su sentido espiritual, me entran fuertes dudas de qué palabras usar, con la ayuda de Dios, y cómo explicaros lo que se ha leído del evangelio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios.

El hombre animal no comprende esto. ¿Qué hacer entonces, hermanos? ¿Nos callaremos? ¿Y para qué leerlo si luego viene el silencio? ¿Para qué oírlo si nadie lo explica? Y también, ¿para qué explicarlo si no hay quien lo entienda? Pero tengo una convicción: que algunos de los que estáis aquí entenderéis la explicación; es más, lo entendéis antes de explicarlo. Por eso no voy a defraudar a los que son capaces de entender, aun a riesgo de perder el tiempo con los demás. En último extremo contamos con la ayuda amorosa de Dios. Quizá así quedemos todos satisfechos, entendiendo cada uno hasta donde lleguen sus posibilidades, y el orador exponiendo hasta donde él puede. Porque ¿quién podrá hablar de estos misterios como ellos son? Me atrevo a decir más, hermanos míos: quizá ni el mismo Juan habló de estas realidades como son en sí, sino como le fue posible. Él es un hombre que habla de Dios. Inspirado por Dios, es verdad, pero sólo un hombre. Por estar inspirado pudo decir algo. Sin la inspiración no habría podido decir nada. Pero al ser un hombre inspirado, expresó no toda la realidad, sino aquella que es capaz de decir el hombre.

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¡Gracia y Paz del Señor!
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