El Sacramento de la Cena del Señor es un punto de la religión cristiana que requiere un manejo muy cuidadoso. Me acerco a él con reverencia, temor y temblor. No puedo olvidar que piso un terreno muy delicado. Hay muchas cosas relacionadas con el tema que son dolorosas, humillantes y difíciles.
Es doloroso pensar que una ordenanza designada por Cristo para nuestro beneficio haya sido contaminada por el ruido y el humo de la controversia teológica. Es innegable que ninguna ordenanza ha suscitado tantas pasiones y luchas, y se ha convertido en una manzana de la discordia entre los divinos polemistas. Tal es la corrupción del hombre caído que lo que fue «ordenado para nuestra paz» se ha convertido en «ocasión de caer».
Es humillante recordar que hombres de opiniones opuestas han escrito folios sobre la Cena del Señor sin producir el más mínimo efecto en las mentes de sus adversarios. Durante los últimos tres siglos se han publicado montones de libros sobre ella, y se han vertido en el abismo abierto entre los contendientes en vano. Al igual que el «Pantano del desaliento», en «El Progreso del Peregrino», es un abismo que todavía se abre. No pido una prueba más contundente de que la caída de Adán ha afectado tanto al entendimiento como a la voluntad del hombre, que el actual estado de división de la cristiandad sobre la Cena del Señor.
Es difícil saber cómo tratar este tema sin agotar la paciencia de los lectores. Es difícil saber qué decir y qué no decir. El campo ha sido tan completamente agotado por los trabajos de muchos maestros en Israel, que es literalmente imposible presentar algo que sea nuevo. Lo máximo que puedo esperar es la condensación de viejos argumentos. Si sólo puedo reunir algunas cosas antiguas y presentarlas a mis lectores en una forma llevadera y compacta, estaré satisfecho. En el presente trabajo, me contentaré con dos puntos, y sólo dos.
- Mostraré la intención original de la Cena del Señor.
- Mostraré la posición que la Cena del Señor debía ocupar.