No hay nada en toda la vida del hombre, bien amado en nuestro Salvador Cristo, tan necesario de ser dicho y diariamente de ser llamado, como la oración sincera, celosa y devota; la necesidad de la cual es tan grande que sin ella nada puede ser bien obtenido de la mano de Dios. Porque, como dice el apóstol Santiago: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces», de quien también se dice que es «rico y generoso para con todos los que le invocan», no porque no quiera o no pueda dar sin pedir, sino porque ha establecido la oración como medio ordinario entre Él y nosotros.