EL ESPÍRITU SANTO, al escribir las Sagradas Escrituras, no ha podido ser más diligente en derribar la gloria y el orgullo del hombre, que de todos los vicios es el más injertado en toda la humanidad, desde la primera infección de nuestro primer padre Adán. Y por lo tanto, en muchos lugares de la Escritura, encontramos muchas lecciones notables contra este viejo vicio arraigado, para enseñarnos la más encomiable virtud de la humildad, cómo conocernos a nosotros mismos, y recordar lo que somos en nosotros mismos.
En el libro del Génesis, DIOS Todopoderoso nos da a todos un título y un nombre en nuestro bisabuelo Adán, que debería advertirnos a todos para que consideremos qué somos, de dónde somos, de dónde venimos y a dónde iremos, diciendo así: Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, en la medida en que eres polvo, y al polvo volverás (Génesis 3.19). Aquí (como si fuera en un cristal) podemos aprender a saber que nuestro ser no es más que suelo, tierra y cenizas, y que a tierra y cenizas volveremos.