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Habéis oído en el Sermón anterior, amados, la descripción y la virtud del ayuno, con el verdadero uso del mismo. Ahora oiréis cuán repugnante es ante Dios la gula y la embriaguez, para más bien impulsaros a utilizar el ayuno con más diligencia. Entended, pues, que Dios Todopoderoso, para que podamos conservarnos incontaminados y servirle en santidad y justicia según su palabra, ha encargado en sus Escrituras a cuantos esperamos la manifestación gloriosa de nuestro Salvador Cristo, lleven su vida con toda sobriedad, modestia y templanza. Por lo cual podemos aprender cuán necesario es que todo cristiano, para no ser encontrado desprevenido por la venida de nuestro Salvador Cristo, viva sobrio en este mundo presente; ya que de otra manera, no estando preparado, no podrá entrar con Cristo en la gloria; y, al estar desarmado para ello, se encuentra en continuo peligro ante ese cruel adversario, el león rugiente, contra quien el apóstol Pedro nos advierte que nos preparemos con continua sobriedad, para que podamos resistir, estando firmes en la fe. 


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¡Gracia y Paz del Señor!
¡Gracia y paz del Señor!
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