El recuerdo de la antigua amistad es dulce, y recuerdo el favor de los beneficios que con el mayor beneplácito has otorgado a los demás en respuesta a mis numerosos actos de intercesión. De donde se puede suponer que no fue por espíritu de ingratitud que tuve la temeridad de negarme a estar presente en vuestra llegada, que antes siempre anhelaba con el mayor ardor. Pero la razón por la que hice esto la explicaré brevemente.
Vi que yo solo de todos en vuestra corte había sido despojado del derecho natural de oír, con la consecuencia de que también había sido privado del poder de hablar. Porque muchas veces os habéis ofendido porque me enteré de una serie de decisiones que se habían tomado en el consistorio. Como resultado, ya no disfruto de lo que está disponible para todos, aunque el señor Jesús dice: nada está oculto que no se hará manifiesto. No obstante, mostré todo el respeto que pude a su voluntad imperial, porque me aseguré de que no tendría ningún motivo para enojarse al actuar de tal manera que era imposible que me llegara ningún informe relacionado con las decisiones imperiales5; y me salvé de estar en la corte en la embarazosa posición de no oír nada porque todo el mundo tenía miedo de hablar y ganarme así la reputación de hacer la vista gorda, o de tener que escuchar con los oídos abiertos, pero mi boca firmemente cerrada, de modo que me fuera imposible informar lo que había oído, en caso de que pusiera en peligro a las personas que serían sospechosas de haberme informado.