Homilía Sobre las Buenas Obras y Principalmente el Ayuno

LA VIDA QUE VIVIMOS EN ESTE MUNDO (los buenos cristianos) es un beneficio gratuito que DIOS nos ha prestado, pero no para que la usemos a nuestro antojo, según nuestra propia voluntad carnal, sino para que nos dediquemos a las obras que son propias de los que han sido convertidos en nuevas criaturas en Cristo. A estas obras el Apóstol las llama buenas obras, diciendo: somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2.10). Sin embargo, estas palabras no pretenden inducirnos a confiar en nuestras obras, como si por el mérito de ellas pudiéramos obtener la remisión de los pecados para nosotros y para los demás, y en consecuencia la vida eterna, porque eso sería una mera blasfemia contra la misericordia de Dios y una gran desviación del derramamiento de sangre de nuestro Salvador Jesucristo. Porque es por la gracia y la misericordia de Dios, por la mediación de la sangre de su Hijo Jesucristo, sin mérito o merecimiento de nuestra parte, que nuestros pecados son perdonados, que somos reconciliados y traídos de nuevo a su favor, y así somos hechos herederos de su reino celestial. La gracia (dice S. Agustín) pertenece a DIOS, que nos llama, y entonces produce buenas obras, en quien ha recibido esta gracia (Agustín, “De Diver. Questio. ad Simpli.”, Libro. 1, pregunta. 28). Las buenas obras, pues, no producen la gracia, sino que son producidas por la gracia. La rueda (dice) gira, no para que se haga redonda, sino porque primero se hace redonda, por eso gira. Así, ningún hombre hace buenas obras para recibir la gracia por sus buenas obras, sino porque primero ha recibido la gracia, por lo tanto, hace buenas obras. Y en otro lugar dice (Agustín, «De Fide et Operibus», cap. 4): las buenas obras no son anteriores en el que después será justificado, sino que las buenas obras son posteriores cuando el hombre es justificado siendo esto primero.